Debora, la gigante, vivía en un mundo donde su tamaño la hacía sentir como un verdadero monstruo. A menudo, se rodeaba de sus pequeños juguetes, figuras diminutas que la fascinaban, pero que también la hacían sentir poderosa. Un día, al jugar, comenzó a atormentarlos, aplastándolos suavemente con sus enormes nalgas, disfrutando de su miedo y la manera en que se retorcían para escapar.

Cada vez que lo hacía, reía al ver sus desesperados intentos por liberarse de su peso, pensando que eran solo juguetes sin vida. Pero, en el fondo, algo dentro de Debora le decía que era ...

Debora, la gigante, vivía en un mundo donde su tamaño la hacía sentir como un verdadero monstruo. A menudo, se rodeaba de sus pequeños juguetes, figuras diminutas que la fascinaban, pero que también la hacían sentir poderosa. Un día, al jugar, comenzó a atormentarlos, aplastándolos suavemente con sus enormes nalgas, disfrutando de su miedo y la manera en que se retorcían para escapar.

Cada vez que lo hacía, reía al ver sus desesperados intentos por liberarse de su peso, pensando que eran solo juguetes sin vida. Pero, en el fondo, algo dentro de Debora le decía que era cruel. La línea entre el juego y la tortura se desdibujaba mientras ella se sentía más como un monstruo, atrapada en su propia grandeza. Con cada aplastón, su risa se tornaba en un eco vacío, recordándole que, a pesar de su tamaño, no había diversión en hacer sufrir a los demás.

Así, Debora continuó en su mundo de juegos, sintiéndose poderosa, pero al mismo tiempo, sola y atormentada por la culpa de su propia monstruosidad.